sábado, 31 de agosto de 2013

AMSTERDAM. ¿Naranja o rojo o multicolor?

Hola, bruji,

Holanda dicen que es el país naranja, quizás por sus tulipanes o quizás por su selección de fútbol que en los tiempos del tándem CruyffNeeskens encandiló a Europa y al mundo, sin embargo en Amsterdam no destaca el naranja, a pesar de sus muchos mercados de flores o de la publicidad de algún banco, en Amsterdam destaca el rojo porque, por ejemplo, rojas son las mejillas de holandeses y holandesas que pasean en esos miles de bicicletas que circulan por la ciudad, rojo es el ambiente de los museos del sexo y sex-shops que abundan por el centro, pero más rojo es el conocidísimo Distrito Rojo, donde las prostitutas (oficio completamente legalizado en Holanda) se exhiben en escaparates a la luz de los clásicos faroles rojos para captar a sus posibles clientes. Además, aunque, la fama se la lleve el barrio rojo, hay otras dos zonas de características muy similares: Korte Korsjespoortsteeeg, muy cercano a la Centraal Station y Museumplein, cercano al Rijkmuseum.

También en Amsterdam destaca el marrón, pues marrón, brown, es el techo de los coffeeshops, que distan de ser mucho una tienda de café o cafetería convencional, son lugares de ambiente muy variado, desde rastas hasta new age, donde no se vende alcohol, pero se venden de forma completamente legal hasta 5 grs. de estupefacientes de los considerados blandos, puesto que esa es la cantidad máxima que puede portar legalmente un adulto en Holanda. Mucho ojo con esto al salir del país, porque fuera de Holanda eso no es legal, y, por ejemplo, bastantes policías belgas andan cual aves carroñeras por las cercanías de la frontera a la caza del turista incauto. Son similares los smartshops, aunque ya no entren dentro de la gama de hostelería, aunque también venden productos fumables, setas alucinógenas, semillas, etc. etc.

Amsterdam también es verde, y no estoy pensando en la más conocida mundialmente de sus cervezas, si no los muchos parques que rodean la ciudad antigua. Como Erasmuspark, Ooesterpark, Rembrandtpark y, sobre todo, el impresionante Vondelpark, un parque con cerca de 45 hectáreas!!!, lleno de lagos, que tiene vida propia. Siempre lleno de gente paseando, niños jugando, músicos y otras expresiones de artistas callejeros, conciertos de un cierto nivel gratuitos en verano y mucha, mucha gente tostándose al sol… Los lagos de los parques y los muchos canales que surcan la ciudad, también la hacen azul.

Amsterdam es multicolor, su ambiente lo hace así. Las calles del centro son un hervidero de gente y color: los mercados de flores, los mercados de bicicletas (medio de transporte muy útil en esta ciudad que además podemos comprar de quinta mano y venderla fácilmente, si la cuidamos, como de cuarta…),a la mucha gente de todas las tribus urbanas que pulula por las calles, por ejemplo recuerdo a un tío con mono azul de trabajo que llevaba aperos de fontanero y con el pelo discretamente teñido de verde y el bigote de naranja, o a una tía en lencería negra fina de hace unos décadas y con un paraguas estilo rococó… Todo esto salpicado de músicos callejeros (les compre un disco a un grupo que tocaba en la plaza Dam, Northern Lights, que no mucho después empezaron a recorrer circuitos más importantes dentro de las nuevas músicas), de puestos de arenques y patatas fritas (casi los platos nacionales), muchos ociosos sentados en la plaza Dam o en la Estación Central… Muchos museos con sus extensas pinacotecas… La verdad es que no ha lugar a aburrirse…

Finalmente, Amsterdam también es negro… Nunca en ningún lado he visto tan de cerca como aquí los ojos del racismo, especialmente con los europeos latinos, pero de esto casi mejor no hablar…

miércoles, 28 de agosto de 2013

BUDAPEST. ¿Es azul el Danubio?

Hola, bruji,

Mis sensaciones sobre Budapest son muy dispares y llenas de contrastes, bueno no sólo sobre Budapest, se pueden hacer extensivas a toda Hungría, pero ahora me interesa centrarme más en su preciosa capital. Es curioso el contraste de la calle Vaci, de la que luego hablaremos, con el casi centenar de balnearios baños turcos que salpican toda la ciudad. Es curioso el contraste del bullicio de Pest frente a la calma y sosiego de Buda y de Obuda. Es curioso el contraste de un mentalidad muy cercana a tiempos pasados (que casi toda la Europa del Este quiere olvidar) con la gran cantidad de centros comerciales que abruman incitando al consumismo más galopante. Y el mayor contraste es el Danubio que atraviesa la ciudad, que según el vals de Strauss es azul, y no sé cual es su color por Viena, pero a Budapest llega entre verde y marrón…

El Danubio parte la ciudad en dos. Por un lado tenemos Buda, con sus colinas, que es el viejo recuerdo de la grandeza de un imperio que vivió tiempos mejores, con su ciudadela medieval y su impresionante Palacio Real. En esa misma orilla del río, hacia el norte está Obuda, que hoy no deja de ser un pequeño barrio, con sus casitas de cuento, la mar de apacible (vale la pena perder un rato para visitarlo). Y en la otra orilla está Pest, que es una gran ciudad donde podemos encontrar todo lo que podamos necesitar: tiendas por un tubo, bares, discotecas, museos, su impresionante parlamento que tiene un cierto aire al inglés… y donde la actividad de la calle es febril. ¿Y el río? El río tiene también su vida de contraste. En él está la isla Margarita, nada que ver con la de Venezuela, una isla repleta de jardines en los que tomar el sol en verano, donde todo es plácido y tranquilo, pero también por el se mueve la actividad frenética de decenas de barcazas atestadas de turistas.

Como ya he mencionado antes, la calle Vaci, en Pest, es uno de los principales núcleos de la vida de esta ciudad. En ella tenemos tiendas para todos los gustos y colores (casi todas caras), buenas heladerías y cafeterías, algunos clubes nocturnos cuyos escaparates traslucidos dibujan las formas de una stripper de carne y hueso que se contonea sinuosamente al otro lado del cristal (¿copiaría de aquí Pepe Navarro aquellas persianas que ofrecía a toda España cuando con su Mississippi dio rienda suelta a la telebasura más soez?), bancos, cambistas y estafadores… Es un hervidero de gente por el día y por la noche. Imprescindible conocerla.

Si el Danubio ya no es que sea demasiado azul a su paso por esta ciudad, si son azules los balnearios y baños turcos. Yo destacaría dos: el Gellert, en Buda, casi al pie de la ciudadela, muy bonito y muy pijo y, sobre todo, Széchenyi, sí, el balneario del que hay cientos de fotos de gente jugando al ajedrez en sus piscinas exteriores incluso con el recinto cubierto por varios palmos de nieve. En Széchenyi te puedes pasar un día entero de total relax por muy poco dinero, incluso por poco dinero más con unos buenos masajes reparadores, disfrutando de sus piscinas interiores que abarcan un amplio abanico de temperaturas, sus baños de vapor y sus míticas piscinas exteriores, donde podremos jugar cons sus olas y corrientes artificiales o, ¿por qué no?, al ajedrez.

Finalmente, te diré que no esperes mucho de la amabilidad de los húngaros (excepciones las hubo hasta en la última cena), en general miran a los turistas como bichos raros y con una cierta desconfianza, pero, sobre todo, ten mucho cuidado con los vigilantes del metro (alguno de ellos, probablemente hijo de alguna antigua ocupante de los escaparates de la calle Vaci), que estarán muy atentos a todo aquel que no hable húngaro para ver si pisan las líneas amarillas de las estaciones y cascarles una buena multa... Suerte que nos quedarán los balnearios para relajarnos...

miércoles, 21 de agosto de 2013

LA HABANA. Cualquier tiempo pasado fue lo mismo.

Hola, bruji,

En ningún lado he vivido la sensación de intemporalidad que desprende toda Cuba, y en especial La Habana. Desde las olas del Malecón hasta las letras del Vedado hay distancia pero no hay tiempo, que absurdo el reloj en Cuba, que absurdo el reloj en La Habana… Son, son… y a ritmo de son se mueve todo, todo sea cantar y bailar en cualquier esquina, todo sea charlar en cualquier esquina porque en La Habana el tiempo no pasa. No pasa por las fachadas de sus casas, eternamente desconchadas, no pasa por la monumentalidad de sus calles, no pasa mientras disfrutamos de un mojito en La Bodeguita del Medio o de un daikiri en el Floridita, como en su día hizo Hemingway. El tiempo no pasa para nosotros mientras las olas del malecón mecen la ciudad mientras unas pateras ávidas de horas se pierden unas millas más allá cercanas al estado de Florida.


Pasear por La Habana Vieja es disfrutar de agradable conversación con ancianos de espíritu joven sentados en fila en los portales cuando el calor decae al tiempo que intentamos alejar con un no el constante acoso de esas adolescentes (incluso niñas) viejas que llaman jineteras para quienes un reloj sí vale mucho. Pasear por La Habana Vieja es disfrutar del mercadillo de artesanía de la plaza de la Catedral, pagando en dólares, mientras disfrutamos del son, son al tiempo que algún mozalbete nos intenta vender una caja de Habanos o un ron añejo, ambos de dudoso origen y más dudosa calidad.

¿Y qué pasa con el paladar en La Habana? ¿Dónde disfrutar del mítico arroz a la cubana (nada que ver con este arroz blanco con tomate y huevo frito que comemos en Europa) o de una buena langosta por poco dinero? Aunque no hay concepto del tiempo sí lo hay del dinero, y los restaurantes oficiales o los de los hoteles, bastante caros, así que lo mejor para agradar el paladar es eso que también llaman paladar, que no dejan de ser restaurantes caseros clandestinos (es también muy cubano el hacer la vista gorda…) y en ellos, por bastantes dólares también, aunque menos que en los hoteles, podremos comer como verdaderos reyes.

No voy a hablar de política para no desvirtuar la memoria del Che Guevara a quien canta en sus melodiosos sones, el poeta Nicolás Guillen

Así que, bruji, si alguna vez te vas a La Habana, olvídate del reloj y deja que el tiempo te envuelva con un mojito y al ritmo del son, son. Ya te llegarán las prisas cuando te vuelvas al aeropuerto, con nombre de otro poeta, José Martí para regresar a casa.

martes, 20 de agosto de 2013

BRUJAS. Como agua para chocolate.

Hola, bruji,

Con la misma maestría que Laura Esquivel, mezcla la ciudad de Brujas estos dos ingredientes. Brujas huele a chocolate, pero no al de fumar, el de comer. En sus muchas pastelerías hacen unos bombones que son casi míticos, unos bombones delicados que ya se derriten en la boca nada más tener contacto con nuestra saliva. Resuelto lo del chocolate, ¿qué pasa con el agua? Brujas está llena de canales, no hay tantos como en Venecia, aunque haya quien le llame “la Venecia del norte”, o Ámsterdam, pero sí los suficientes como para dar largos paseos de lo más pintoresco y relajante (uno de mis mejores recuerdos fue el hotel en el que estuve, cuyo nombre no recuerdo, pero era un barco de madera varado en un canal, que por las noches se mecía con el vaivén del agua, y en agradecimiento sus maderas crujían…).

Sus calles, imprescindible recorrerlas con calma, tienen el sabor del medievo, de esa gran ciudad que fue en el medievo, además su nombre tiene también aire medieval, pero ése es uno de los grandes errores históricos de nuestra cultura, su nombre en flamenco es Brugge, que aunque lo parezca no tiene nada que ver con las brujas… aquí vuelve a aparecer el agua, por la palabra brugge, que no es ni más ni menos que 'puentes', esos muchos puentes con los que poder atravesar sus canales. ¿Suena romántico, verdad? Es cierto, sus casitas, que parecen sacadas de cuentos de Andersen a las orillas de los canales parecen hacernos vivir un sueño.

El ambiente de Brujas es el de una ciudad de provincias tranquila, incluso en la célebre plaza Markt por las mañanas todo es tranquilidad, todo te anima a disfrutar de la arquitectura gótica sin andar a codazos, pero por la tarde ya no hay nadie, bueno, sí, algunos españoles, italianos y alemanes vaciando las reservas de las carísimas cervecerías locales. Y es que la cerveza es toda una institución en Brujas, es casi la única forma de hacer amigos (salvo que sepas hablar flamenco, mucho ojo con hablar francés, te mirarán fatal o, simplemente, te ignorarán). Las cervezas trapenses, o esas cervezas tipo lambic de cereza o frambuesa son uno de esos placeros divinos que nos tiene reservados esa tierra, y que en compañía de una buena fuente de mejillones nos llevarán, por un rato, a las mismísimas puertas del cielo.

El compañero eterno del agua es el viento, y en Brujas también está presente, y paseando por sus alrededores se traduce en forma de molinos, prácticamente todos en desuso, pero le dan forma al paisaje y nos dan idea de lo que nos vamos a encontrar un poco más al norte en el país de los tulipanes… pero si te empecé diciendo que Brujas es chocolate y es agua, me estoy yendo del tema, ya la verdad es que hay una prueba irrefutable que demuestra esta comunión: casi todos los bombones que podemos ver son un jaspeado de chocolate con leche y chocolate blanco con forma de… conchas, estrellas y caballitos de mar… La verdad es que si con ese chocolate hicieran casitas, como la que atrapó a Hansel y Gretel, con el nombre que en castellano le asignamos a la ciudad, daría miedo.

domingo, 18 de agosto de 2013

FEZ. Érase un hombre a una nariz pegado…

Hola, bruji,

Este sarcástico verso, del no menos sarcástico Quevedo, encaja a la perfección con lo que puede ser una visita a la medina de Fez. Recorrer los varios miles de callejuelas y callejones que hacen de esta medina un inmenso laberinto es como recorrer todas las páginas de El Perfume de Süskind y, por fin, ser conscientes de que nuestro apéndice nasal sirve para algo más que para servir de apoyo a las gafas de sol.

Los limoneros del Palacio Real huelen. También desprenden olor a piel los puestos de marroquinería (que mejor lugar Marruecos, para comprar marroquinería). Huelen los puestos de especias. Huelen la carne de vaca o cordero en los puestos callejeros de pinchos morunos. Huelen los excrementos de las mulas salpicados por doquier. Huelen los rinconcitos donde hay niños vendiendo hierbabuena. Huelen las babuchas y sandalias puestas en perfecta fila a la puerta de mezquita. Huelen el kif y el hachís. Huele la madera recién tallada y trabajada por un habilidoso ebanista…. En todas partes huele a algo, desde el olor de la especia más sublime, hasta el olor de la putrefacción más nauseabunda.

Como se puede suponer, casi todo lo mencionado antes tiene sus lugares y sus puestos, casi todos en el mercado (ya, ya… el hachís no se vende en puestos tan alegremente, pero no es difícil de encontrar), y eso hace de Fez también un mundo multicolor que a veces roza lo surreal cuando esa explosión de color va variando constantemente con las luces y sombras del zoco.

El olor central de Fez, no apto para narices sensibles, es el de la curtiduría de pieles de Al-Chauara, muy cercana a la impresionante mezquita Qarawiyyin. Para entrar a verlas es necesario que lleves una ramita rota de hierbabuena que podrás comprar en la entrada y que hará, dentro, tu estancia más llevadera. La primera impresión será brutal, todo un choque de olor hiriente y de color embriagante. El contraste del olor a muerte que desprenden las pieles con el color de la vida que irradian los cientos de fosas con los tintes. Estando allí uno no puede menos que pensar en que será de la vida de los trabajadores a quienes el trabajo lleva dentro de esas fosas trabajando la piel porque su olor corporal no ayuda mucho a entablar relaciones sociales… pues su destino es casarse con hijas de gentes que trabajaron o trabajan de lo mismo, y no es muy difícil que adivinemos el futuro de sus hijos e hijas…

Comprar en el zoco de Fez, como en todos los zocos de Marruecos, es un arte. Es imprescindible regatear, hasta el punto de que algo que parte de un precio astronómico, se queda en unas monedas, y aún así saldremos perdiendo con respecto al valor real del producto (dentro de los términos económicos del país). Pero lo interesante es ver como hacen esos productos delante de ti: el ebanista hace un ajedrez igual que el que vas comprar con maderas olorosas delante de ti, el zapatero hace las sandalias con un olor que nos recuerda a la tenería (aunque en breve dejará de oler a piel para oler a pies) delante de ti. El especiero hace las mezclas con sus olores dulces o picantes delante de ti y eso muchas veces vale más que el dinero del producto. Es transportarte en el tiempo, porque así eran los puestos del medievo.

Ya me despido, pero piensa en que si vienes a Fez, olvídate del mundo del Chanel, y, tenlo por seguro, saldrás ganando.

viernes, 16 de agosto de 2013

NUEVA YORK. Knock-knock-knockin' on heaven's door

Hola, bruji,

Como primeriza que serás cuando visites Nueva York, llévate un buen linimento para aplicar en tu cuello en las horas de ocio porque a lo largo del día no harás más que mirar a las alturas. Da igual que sea el mítico Empire Center (aunque sea sin King-Kong), el Chrysler Building, la Carnegie Hall Tower… nunca dejarás de mirar para arriba. Ir por la 5ª Avenida es mirar siempre hacia arriba, haciendo algún impass para mirar los escaparates. Cierto que podrías mirar de lado desde el río Hudson, pero el skyline, la famosa línea del cielo dibujada por tan magníficos edificios quedó truncada por la mano asesina del fanatismo (todos los fanatismos son manos asesinas) un desgraciado 11 de septiembre al rememorar el episodio del Ángel Caído, que de un plumazo se fue del cielo al infierno, cuando las Torres Gemelas del World Trade Center, sollozando sangre, se vinieron abajo.

Igual que el cielo, donde hay de todo, Nueva York es cosmopolita. Sólo hay que echar una ojeada a un vagón del metro para en segundos ver a gente de todo tipo, raza y condición, para vernos envueltos en una nueva torre de Babel (otro castigo bíblico) con un mosaico de idiomas diversos. No ha temor: el castellano es lengua frecuente, aunque un poco de inglés viene bien, con castellano puedes llegar casi a cualquier parte. Hablando de la gente… ojo con chocar con nadie, te pondrán cara de pocos amigos, los neoyorquinos son muy celosos de lo que consideran su espacio personal y se tornan agresivos si lo consideran violado. Supongo que es normal cuando se ven obligados a vivir varios miles de ellos por metro cuadrado. Ese cosmopolitismo también se ve a la hora de comer, sobre todo si nuestro bolsillo rebosa telas de araña. Las alternativas son esas cadena mundialmente conocidas de comida rápida (bueno, algunas no tan conocidas pero que no desmerecen con las anteriores), restaurantes italianos y, sobre todo asiáticos, especialmente indios y chinos (ojo, hay chinos con comida para chinos, no para occidentales y muchos estómagos podrían no resistirlo). Por cierto, hablando de italianos y de chinos, vale la pena visitar la Little Italy, e imaginar las aventuras de Capone & family, aunque no hoy no deje de ser un barrio anodino y triste, y, sobre todo, la vecina China Town. ¿Nueva York o Shangai? El barrio chino de Nueva York (nada que ver con el concepto occidental de barrio chino) es todo un bullicio de la mañana a la noche. Gente por todas partes, tiendas donde venden todo tipo de falsificaciones por doquier, restaurantes chinos para occidentales o para chinos cado dos pasos, artesanía china, banderolas chinas… sólo faltaría ver algún retrato de Mao para creernos en la mismísima China. Imprescindible.

En Nueva York hay museos para dar y tomar. ¿Que si valen la pena? Por supuesto, son todos museos de primerísimo línea, pero nos llevaría meses verlos, así que lo ideal sería ser muy selectivo con ellos porque algo que no nos podemos perder de Nueva York es la vida de la calle. Ya he mencionado el ambiente de Little Italy, China Town o la 5ª Avenida, pero no debemos perdernos el relax que nos ofrece Central Park, lo pintoresco de la parte civilizada del Bronx que aún conserva algunas reminiscencias de la época del Cotton Club. No podemos ignorar las boutiques de lujo del SOHO (aunque sea sólo para mirar que es por lo único que no cobran, aunque en algunas haya vigilante jurado con cara de pocos amigos en la puerta). Otro punto imprescindible es Times Square: tiendas de todo, especialmente de recuerdos neoyorquinos (que gran invento el papel higiénico imitando billetes de cien dólares… ¡para sentirse un Rockefeller de la vida!) y también donde están las taquillas para conseguir entradas para los musicales de Broadway (hacen falta meses de antelación…). Y es muy recomendable Green Village, salpicado de banderas arco iris (que contradicción en una sociedad que repudia abiertamente el sexo anal) y lleno de un montón de cafeterías acogedoras y entrañables en las que pasar un muy buen rato. Hablando de cafeterías, nunca olvides dejar propina, más o menos un 10% de la cuenta, porque es el sueldo de los camareros que no tienen salario fijo.

Sé que no es mucho, que sobre Nueva York se podría escribir un libro, pero no quiero aburrirte más, sin embargo, ¿no te preguntas por qué no menciono uno de sus símbolos más conocidos: la Estatua de la Libertad? Esa es una de las paradojas de la sociedad americana: la estatua que pretende ser el símbolo de la libertad está encerrada solitaria en una pequeña isla en el río Hudson… de allí no escapa…

jueves, 15 de agosto de 2013

SANTIAGO DE COMPOSTELA. ¿Donde la lluvia es arte?

Hola, bruji,

“Chove en Santiago” cantaba en gallego el poeta andaluz García Lorca, paseando sus amores por Galicia y eso me recuerda una escena recurrente de Santiago: en Santiago llueve. Y la piedra, porque Santiago es una ciudad entera de piedra y a Santiago llega un Camino también de piedra, queda preciosa, que mejor comunión que la de la piedra con el agua. No hay nada más romántico que las tres rúas que llevan a la catedral mojadas mientras mis botas chapotean por los charcos de piedra. Nada es más romántico que escuchar a una gaita que llora por escuchar el tintineo de unas monedas protegida por los soportales de las rúas acompañada de la percusión de la lluvia sobre el suelo de piedra… Pero, la verdad… tanta lluvia, a veces, es una putada.

Santiago sin lluvia es arte. Sus piedras se levantan majestuosas por doquier. Se levantan en forma de plazas, se levantan en forma de catedral, se levantan en forma de noche, esa “Longa noite de pedra” (Larga noche de piedra) que cantaba Celso-Emilio Ferreiro, pero que aquí es larga con marcha de gaita y guitarra eléctrica en los muchos pubs que salpican la ciudad vieja siguiendo la entrada triunfal del Camino de Santiago. Pero por el día la piedra tiene color, la piedra huele, y ese río de calles que rodean la catedral, Raíña y O Franco (que nadie piense en el dictador, franco en gallego es “libre”), descubren un río de olores y sabores en forma de tascas, y un río de lugareños mezclados con mil peregrinos y turistas, degustan en las terrazas de piedra un buen pulpo, una mejor empanada y el vino de la tierra.

Santiago es espiritualidad. Espiritualidad en Santiago es mezcla de religiosidad y magia. Esa religiosidad y esa magia que, cogidas de la mano, vuelan en forma de botafumeiro en la catedral. Es increíble como un incensario tamaño XXL puede dejar atónitos a miles de fieles y de descreídos alrededor de un altar. Fieles y descreídos que van a cumplir con el rito de los “croques” en el Pórtico de la Gloria para pedirle al santo bienes presentes y futuros o que hacen colas kilométricas para traspasar el umbral de esa puerta que llaman Santa, y que sólo se abre cuando es año santo compostelano. Y eso hace que Santiago también sea tiempo, no sólo el tiempo que pasó para ver crecer esas piedras que hacen convivir románico con barroco y con neoclasicismo, si no, ese tiempo cuya noción perdemos callejeando por sus calles o meditando en las largas esperas para besar la efigie del apóstol. Pero Santiago también se ríe del tiempo: me encanta escuchar las risas de las excursiones de los jubilados cuando de espaldas al árbol de las ciencias de la Universidad, palpan a ciegas, la rama que les indica que carrera estudiarán en el futuro…

Santiago es arte porque todas sus calles desprenden música. Cada dos pasos verás a un músico solitario rasgar tañer sus instrumentos para que los mimos que están a dos pasos no se sientan solos. En las noches de verano, verás a la tuna cantar (o intentarlo) en los soportales de Correos, en la rúa do Franco, al tiempo que le intentan vender un peine gigante a un calvo.

Santiago es verde, “verde que te quiero verde” que también diría Lorca. Y el verde convive con la piedra y con la espiritualidad y con el tiempo. El verde rodea a toda la ciudad, salpicada de jardines, y desde el verde de la alameda, podremos compartir banco con un Valle-Inclán de piedra y disfrutar de todo el esplendor de la fachada del Obradoiro. Y sentado en ese banco al anochecer, bajo las luces de la bohemia, sólo te puedo decir: tienes que venir a Santiago.

miércoles, 14 de agosto de 2013

SIGHISOARA. La cuna del vampiro

Hola, bruji,

Hoy ponte el collar del perro, sí, ése, el de los clavos, pero mirando para fuera, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad. ¿Por qué? Te voy a presentar la ciudad donde nació el temible conde Drácula. Ya, ya sé, es una invención de Bram Stoker que dio lugar a muchos mitos y a un par de buenas películas, pero sin duda se inspiró en Vlad Tepeş, héroe local romano de la Edad Media de costumbres un tanto controvertidas, de hecho ese lindo epíteto de Tepeş en lengua rumana significa “empalador”. Huelga decir el porqué.

Para llegar a la ciudad la mejor forma, casi diría que la única es el tren. Te puedo decir que los trenes rumanos son escrupulosamente puntuales aunque el secreto para esa puntualidad es que son más lentos que el caballo del malo en un espaghetti-western. Y ya desde el tren vamos a ver una vista impresionante: una ciudadela llena de torres acabadas en punta y mucho arbolito. La verdad es que para nosotros, adaptados a una estética arquitectónica occidental, la estampa asusta. Ese susto es el primer paso de lo que nos vamos a encontrar…

Al bajar del tren, estaremos en una pequeña ciudad más o menos nueva en la que no vale la pena perder el tiempo, así que sin dilación nos vamos a la ciudad vieja. Es impresionante: una fortaleza con seis torres, torres gremiales (destaca con diferencia la de los relojeros) con una solidez que da apariencia de una cierta inexpugnabilidad. Hablando de gremios, es indispensable la visita al cementerio, donde hay muchas lápidas con los símbolos de cada gremio, además, como todos los cementerios rumanos, tiene un toque lóbrego pero encantador con esa mezcla de lápidas puestas de cualquier forma y rodeadas de matas salvajes que parece que por un momento nos estemos trasladando a una viñeta de un cómic de terror de eso tan típicos de los años 80.

Sighişoara es para callejear. Calles estrechas, oscuras, con muchos túneles. Las casas son de tonos ocres y los pavimentos empedrados. Es curioso, y no apto para cardiacos subir a la iglesia que corona la ciudad, con su torre afilada que parece que rasgue el cielo, pero antes prepárate a camina, para llegar al atrio de la iglesia hay que subir una escalinata cubierta estrecha y oscura de unos 300 escalones, cuyo final parece que no se ve nunca (yo me pregunté si fue allí donde Ernesto Sábato se inspiró para escribir El Túnel) y te puedo asegurar que una vez que llegas a la puerta de la iglesia (casi siempre cerrada) lo que menos te apetece es luego subir a la torre.

Por suerte no hay demasiadas tiendas para turistas con lo cual no te vas a ver distraída con demasiadas horteradas, pero si te puedes permitir un pequeño pecado, vete a cenar a la casa donde dicen que nació Vlad Tepeş, Drácula, hoy un restaurante bastante aceptable de comida rumana, y si puede ser en una noche de tormenta en la que no haya electricidad y tengas que cenar a la luz de los rayos y las velas… Mmmm, ¿sigues con el collar puesto?

martes, 13 de agosto de 2013

PARÍS. La bohemia progre.

Hola, bruji:

Una semana es muy poco tiempo para patear París, así que debemos ser muy selectivos y escoger entre ver la ciudad o los museos (yo, bohemio, me decantaría por lo primero, aunque lo segundo también es alucinante).

La estación central del metro de París es St. Michel, buen punto de partida para comenzar nuestro paseo. Según sales de ella, puedes optar por ir al Cartier Latin (el famoso barrio latino, centro de la bohemia y todas esas cosas progres...), es el París viejo, con callejuelas y rincones muy entrañables; es frecuente encontrar en él mercadillos (por cierto, la gran mayoría de aceituneros con los que charlé, eran gaditanos), y puede ser un buen sitio para comer: hay muchos restaurantes griegos a precio aceptable aunque servicio pésimo (la hostelería es en general prohibitiva). En el mismo Barrio Latino, a las orillas del Sena son frecuentes los anticuarios y librerías de viejo, tanto en tiendas como en puestos callejeros. Cuando te decidas a cruzar el Sena, antes de llegar al otro lado verás que hay una gran isla, la Ille de la Citè, imprescindible visitarla, además de una serie de palacetes, está uno de los edificios más impresionantes de París: Notrê Dame, la famosa catedral, donde podrás recordar pasajes tan bonitos de la literatura, la historia y el cine como los amores de Quasimodo y la bella (eso decían, que yo de Disney no me fío) gitana Esmeralda. Ahora por fin se pasa el río y allí nos encontramos en otro París más cosmopolita que está invitándote a perderte en él. A la izquierda del puente está el Louvre (pero no entres porque no te llegaría la semana entera!!!), sí vale la pena que lo veas por fuera, además al lado está el palacio real que también es digno de ver (por fuera), y también los jardines de las Tullerías (ya sabes la egalitè, fraternitè...). Muy cerquita de ahí hay una plaza llamadas les Hayes, VETE!!!!, es un edificio subterráneo con no sé cuantas plantas y bóveda de cristal, es un poco el símbolo y punto de encuentro de la gente joven parisina, hay montón de tiendas y centros de ocio, además de una biblioteca/fonoteca impresionante, además arquitectónicamente vale la pena. También a unos minutos está el museo de arte contemporáneo, el Beauburgh, el gusto con que fue diseñado es discutible, hay que verlo para opinar, pero la inmensa plaza que hay delante tiene un montón de vida y se pueden pasar ratos muy agradables.

Con este paseo ya casi estamos de nuevo en el puente que nos devuelve a Notrê Dame. Si en ese puente miramos a la derecha podemos llegar a la ópera vieja, es bonita, pero perderías muchísimo tiempo, al lado de la ópera hay una Caixa Galicia (viva la terriña!). Si te mueves en metro no vas a ver nada, por eso lo mejor es tomar el autobús, y el segundo circuito que me gustó fue ir al Arco del Triunfo, si tienes suerte hasta puedes ver una ceremonia militar similar al cambio de guardia del palacio real londinense (pero tampoco te mates, no es nada del otro planeta). El arco es bonito y los romanos lo pensaron muy bien porque ya sabían que los franceses en el futuro iban a hacer otro igual, pero pequeñito, en las Tullerías y otro inmenso y muy moderno en la Defense siguiendo una línea isométrica muy curiosa... Bromas aparte, desde allí puedes ver el ultramoderno barrio de la Defense, es impresionante, como una manzana de Nueva York incrustada en París, pero con diseños arquitectónicos muy rompedores e impactantes. Cuando fui allí me tiré en medio de la plaza central y estuve mirando hacia arriba casi una hora, vale la pena si te gusta la arquitectura, pero tienes que ir en bus, es lejísimos (no sé si ahora habrá metro), por lo demás está lleno de tiendas y centros comerciales (hay un Alcampo que debe de ser tan grande como Ptº de Sta. María).

Otra zona de París interesantísima es la zona del Sacre Coeur. El Sacre Coeur en sí es feísimo (para mi gusto, además tuve allí una mala experiencia, nada importante pero algo desagradable), lo mejor las vistas, puedes ver todo París. Paseando un poquito, muy poco hay una zona bastante poblada por gente joven, llena de autoservicios bastante asequibles y bares de copas. Y andando un poquito más está el mítico Pigalle, que no deja de ser un barrio de putas, pero es tranquilo y es donde están el mundialmente conocido e imitado Moulin Rouge y todo eso... También tiene el color decadente del barrio latino, es curiosa una calle llena de sex-shops con artículos sado.

Si te queda tiempo ve a la Torre Eiffel por decir estuve allí, y es visita obligada para todo aquel que va a París por primera vez, aunque a mí no me dijo nada (pero soy así de descreído...). Vale la pena, yendo en metro, la ciudad de las ciencias (lejos y muy caro, además te puede ocupar demasiado tiempo). Y poco más, no creo que des hecho todo esto. Para salir no recuerdo demasiado, además estas cosas cambian mucho con los tiempos. Recuerdo una muy buena disco en la zona de Pigalle (ojo con esas callejuelas si vas sola por la noche), pero lo mejor es que preguntes a las gentes del lugar.

Ah, el té de los franceses es mejor, mucho mejor que el de los ingleses!!!

Con Dios, o sin Él, pero que te vaya bien.