Hoy ponte el collar del perro,
sí, ése, el de los clavos, pero mirando para fuera, no vaya a ser
peor el remedio que la enfermedad. ¿Por qué? Te voy a presentar la
ciudad donde nació el temible conde Drácula. Ya, ya sé, es una
invención de Bram Stoker que dio lugar a muchos mitos y a un par de
buenas películas, pero sin duda se inspiró en Vlad Tepeş, héroe
local romano de la Edad Media de costumbres un tanto controvertidas,
de hecho ese lindo epíteto de Tepeş en lengua rumana significa
“empalador”. Huelga decir el porqué.
Para llegar a la ciudad la mejor
forma, casi diría que la única es el tren. Te puedo decir que los
trenes rumanos son escrupulosamente puntuales aunque el secreto para
esa puntualidad es que son más lentos que el caballo del malo en un
espaghetti-western. Y ya desde el tren vamos a ver una vista
impresionante: una ciudadela llena de torres acabadas en punta y
mucho arbolito. La verdad es que para nosotros, adaptados a una
estética arquitectónica occidental, la estampa asusta. Ese susto es
el primer paso de lo que nos vamos a encontrar…
Al bajar del tren, estaremos en
una pequeña ciudad más o menos nueva en la que no vale la pena
perder el tiempo, así que sin dilación nos vamos a la ciudad vieja.
Es impresionante: una fortaleza con seis torres, torres gremiales
(destaca con diferencia la de los relojeros) con una solidez que da
apariencia de una cierta inexpugnabilidad. Hablando de gremios, es
indispensable la visita al cementerio, donde hay muchas lápidas con
los símbolos de cada gremio, además, como todos los cementerios
rumanos, tiene un toque lóbrego pero encantador con esa mezcla de
lápidas puestas de cualquier forma y rodeadas de matas salvajes que
parece que por un momento nos estemos trasladando a una viñeta de un
cómic de terror de eso tan típicos de los años 80.
Sighişoara es para callejear.
Calles estrechas, oscuras, con muchos túneles. Las casas son de
tonos ocres y los pavimentos empedrados. Es curioso, y no apto para
cardiacos subir a la iglesia que corona la ciudad, con su torre
afilada que parece que rasgue el cielo, pero antes prepárate a
camina, para llegar al atrio de la iglesia hay que subir una
escalinata cubierta estrecha y oscura de unos 300 escalones, cuyo
final parece que no se ve nunca (yo me pregunté si fue allí donde
Ernesto Sábato se inspiró para escribir El Túnel) y te puedo
asegurar que una vez que llegas a la puerta de la iglesia (casi
siempre cerrada) lo que menos te apetece es luego subir a la torre.
Por suerte no hay demasiadas
tiendas para turistas con lo cual no te vas a ver distraída con
demasiadas horteradas, pero si te puedes permitir un pequeño pecado,
vete a cenar a la casa donde dicen que nació Vlad Tepeş, Drácula,
hoy un restaurante bastante aceptable de comida rumana, y si puede
ser en una noche de tormenta en la que no haya electricidad y tengas
que cenar a la luz de los rayos y las velas… Mmmm, ¿sigues con el
collar puesto?
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